La niña busca con sus ojos aquello que le anuncia el oído.
Es un pájaro.
Y en el espacio que se abre entre el sonido y su mirada
la naturaleza se le revela; instantánea y plena.
miércoles, 8 de octubre de 2008
Monte
Corre el arroyo, despierta la humedad.
Luciernagas tucu tucu andan como brasas por el aire.
El ave nocturna resuena cercana,
y no hay ningún silencio posible en esta noche,
ya no. Ahí te veo pisando tierra,
cruzando el camino, raspándote las piernas.
El resplandor de la antorcha ilumina tus pasos
y lo demás es incierto.
De pronto: Alguien se acerca.
La llama se extingue.
La caminata se inquieta y
nada desaparece.
Luciernagas tucu tucu andan como brasas por el aire.
El ave nocturna resuena cercana,
y no hay ningún silencio posible en esta noche,
ya no. Ahí te veo pisando tierra,
cruzando el camino, raspándote las piernas.
El resplandor de la antorcha ilumina tus pasos
y lo demás es incierto.
De pronto: Alguien se acerca.
La llama se extingue.
La caminata se inquieta y
nada desaparece.
Al que está muriendo ahora.
Vamos a pintar tu carro de color azul,
vamos a darles ruedas,
vigorosas ruedas de madera inmensa,
vamos a ponerles flores y destellos,
vamos a bendecirlo con las alas de una íntima oración
vamos a dejar que se vuelva liviano como ave o espuma,
vamos a empujarlo con una canción de viento
y emprendaras tu viaje desde los ojos cerrados
hacia los ojos abiertos, tu viaje al esplendor.
vamos a darles ruedas,
vigorosas ruedas de madera inmensa,
vamos a ponerles flores y destellos,
vamos a bendecirlo con las alas de una íntima oración
vamos a dejar que se vuelva liviano como ave o espuma,
vamos a empujarlo con una canción de viento
y emprendaras tu viaje desde los ojos cerrados
hacia los ojos abiertos, tu viaje al esplendor.
lunes, 8 de septiembre de 2008
En un camino
-Aquí te esperaba jinete del viento:
Te vi galopando los días,
masticando la piedra de tu furia callada.
te ví tendido, desnudo, escondido,
ví a tu espíritu sediento junto al arroyo seco
y perecí contigo en las ruinas del templo.
Y todo el tiempo me preguntabas;
-¿Dónde estamos?-
Querías saber y no me oías.
Yo soplaba para impulsarte y arremolinarte,
soplaba para que no te quedes dormido dentro de los nidos,
siempre soplando estuve para que regrese conmigo.
¿Cuántas veces sople para ahuyentar el tedio?
¿Cuántas veces, para quitar el ruido?
Jinete de los siglos, precioso caballero,
aún recuerdo el día en que pintaste tu cara con barro
y bailaste la danza del niño guerrero.
Preguntando, siempre preguntando; ¿Dónde estamos?
Recuerdo el día en que te encontraste con otros;
allí las mujeres con panes y peces,
allí los hombres con áncoras de vino,
allí los niños trepados en las copas de los árboles.
Entonces, te limpiaste en un arroyo de flujo ligero,
aplacaste tu sed, tu hambre y dormiste un largo sueño,
pero antes; ¿Dónde estamos?- Preguntaste junto a todos.
Llegado el momento, comencé a soplar de nuevo,
a zumbar parejo, constante y lento.
Fui creciendo por todo tu cuerpo;
hasta que explotó en tu pecho un trueno solar,
No sin estremecerme te vi escupiendo el rayo violento,
Ahora estas conmigo en esta noche de silencio.
Aquí tendidos, los dos, sin saber adónde estamos.
Y aquí te digo:
-Vamos ahora, jinete de los días, regresa a tus zapatos,
que aún te queda un rato de aquello a lo que le llamas tiempo.
Cabalga, ahora.
Atravesando la dicha y los bostezos, la camisa y el documento.
Cabalga la risa, el calendario, el llanto y los honorarios,
las llaves de la casa y la boleta del gas,
Cabalga cada llaga y las guirnaldas de la navidad,
Atraviesa las dudas, las ganas de soplar y disolver.
Cabalga lo incierto
Vamos. Cabalga ahora, que te espero de nuevo.
Te vi galopando los días,
masticando la piedra de tu furia callada.
te ví tendido, desnudo, escondido,
ví a tu espíritu sediento junto al arroyo seco
y perecí contigo en las ruinas del templo.
Y todo el tiempo me preguntabas;
-¿Dónde estamos?-
Querías saber y no me oías.
Yo soplaba para impulsarte y arremolinarte,
soplaba para que no te quedes dormido dentro de los nidos,
siempre soplando estuve para que regrese conmigo.
¿Cuántas veces sople para ahuyentar el tedio?
¿Cuántas veces, para quitar el ruido?
Jinete de los siglos, precioso caballero,
aún recuerdo el día en que pintaste tu cara con barro
y bailaste la danza del niño guerrero.
Preguntando, siempre preguntando; ¿Dónde estamos?
Recuerdo el día en que te encontraste con otros;
allí las mujeres con panes y peces,
allí los hombres con áncoras de vino,
allí los niños trepados en las copas de los árboles.
Entonces, te limpiaste en un arroyo de flujo ligero,
aplacaste tu sed, tu hambre y dormiste un largo sueño,
pero antes; ¿Dónde estamos?- Preguntaste junto a todos.
Llegado el momento, comencé a soplar de nuevo,
a zumbar parejo, constante y lento.
Fui creciendo por todo tu cuerpo;
hasta que explotó en tu pecho un trueno solar,
No sin estremecerme te vi escupiendo el rayo violento,
Ahora estas conmigo en esta noche de silencio.
Aquí tendidos, los dos, sin saber adónde estamos.
Y aquí te digo:
-Vamos ahora, jinete de los días, regresa a tus zapatos,
que aún te queda un rato de aquello a lo que le llamas tiempo.
Cabalga, ahora.
Atravesando la dicha y los bostezos, la camisa y el documento.
Cabalga la risa, el calendario, el llanto y los honorarios,
las llaves de la casa y la boleta del gas,
Cabalga cada llaga y las guirnaldas de la navidad,
Atraviesa las dudas, las ganas de soplar y disolver.
Cabalga lo incierto
Vamos. Cabalga ahora, que te espero de nuevo.
viernes, 1 de agosto de 2008
La voz
Se agita el aire interior,
vibran las cuerdas,
brota la voz:
la antigua voz de la caverna con ecos de palmas
y de piedras,
la voz que respira tras cada latido,
la voz de sal que habla con la marea,
la que se rompe y se apaga hasta volver a sonar,
la voz peregrina en el desierto,
la voz eléctrica del trueno,
la voz que susurra, luego gime y después calla,
la voz asombrada, la imaginaria voz borracha del ensueño,
la que cuenta una historia, la que es canción,
la voz que ríe, la que se atora,
la voz que se ahoga,
la voz presa, la voz que aturde
la voz que rompe los cristales,
la que exclama y se va al cielo,
la voz que arrebata, la que impulsa,
la voz que organiza la jornada,
la voz remolino que nunca para,
la voz inundada,
la voz que pregunta y abre una puerta
Todas ellas transitan escribiéndose en el viento,
todas ellas emergen del misterio,
todas ellas, anhelan el silencio.
vibran las cuerdas,
brota la voz:
la antigua voz de la caverna con ecos de palmas
y de piedras,
la voz que respira tras cada latido,
la voz de sal que habla con la marea,
la que se rompe y se apaga hasta volver a sonar,
la voz peregrina en el desierto,
la voz eléctrica del trueno,
la voz que susurra, luego gime y después calla,
la voz asombrada, la imaginaria voz borracha del ensueño,
la que cuenta una historia, la que es canción,
la voz que ríe, la que se atora,
la voz que se ahoga,
la voz presa, la voz que aturde
la voz que rompe los cristales,
la que exclama y se va al cielo,
la voz que arrebata, la que impulsa,
la voz que organiza la jornada,
la voz remolino que nunca para,
la voz inundada,
la voz que pregunta y abre una puerta
Todas ellas transitan escribiéndose en el viento,
todas ellas emergen del misterio,
todas ellas, anhelan el silencio.
Posibilidades
Podría trepar por las horas del calor
tiritando en el temblor de la voz una chicharra.
O podría hacer la plancha en una gota de agua,
tendido en la inquietud de la deriva.
Podría leer respuestas,
con fina inclinación en tinta china.
O podría gritar a viva voz
y chocarme una pregunta al vuelta de la esquina.
En un corcel de viento, podría cabalgar,
sin detenerme ante la bruma y la neblina,
O bien podría cabalgar en un corcel de nieve,
haciendo agua en el kiosco de la esquina,
y morir a charcos en la carnicería.
Todo aquí. La cocina es la colina;
es el sitio de la heladera y del dragón.
Sí, es aquí donde podría,
encontrar las llaves del reino,
y salir al patio a tomar aire.
O bien podría congelarme.
tiritando en el temblor de la voz una chicharra.
O podría hacer la plancha en una gota de agua,
tendido en la inquietud de la deriva.
Podría leer respuestas,
con fina inclinación en tinta china.
O podría gritar a viva voz
y chocarme una pregunta al vuelta de la esquina.
En un corcel de viento, podría cabalgar,
sin detenerme ante la bruma y la neblina,
O bien podría cabalgar en un corcel de nieve,
haciendo agua en el kiosco de la esquina,
y morir a charcos en la carnicería.
Todo aquí. La cocina es la colina;
es el sitio de la heladera y del dragón.
Sí, es aquí donde podría,
encontrar las llaves del reino,
y salir al patio a tomar aire.
O bien podría congelarme.
Los visitantes (trasmutando el alma planetaria)
Mientras que afuera,
aquí por todas las fronteras;
sangran lágrimas las almas,
lloran balas las patadas,
silencian piñas gritos que aturden,
eléctricas mandíbulas muerden almohadas,
aúlla el hombre humano,
crispa la pena.
Los alfileres de las escarapelas incendian los corazones hasta congelarlos.
Los alfileres de las escarapelas pinchan pechos inflados
que vierten un líquido espeso, un río de lava que sulfata el suelo.
Manchando un vidrio digo esto.
Alternando, ahora si, ahora no,
quietud inquieta.
Suena un llamador de ángeles;
y ellos asisten grises de alas,
tan con olor a humo
que entrecierran sus ojos al mirarnos.
También cargan con la noche del tiempo.
Pero esperan, y vuelan donde se los llama.
Solo quieren acoplarnos
al ritmo latente de la serpiente,
que al paso deja su piel, muta,
se regenera y vuela emplumada,
como una seca glicina inerte,
en aparente muerte del invierno,
que luego estalla y
amanece primavera.
aquí por todas las fronteras;
sangran lágrimas las almas,
lloran balas las patadas,
silencian piñas gritos que aturden,
eléctricas mandíbulas muerden almohadas,
aúlla el hombre humano,
crispa la pena.
Los alfileres de las escarapelas incendian los corazones hasta congelarlos.
Los alfileres de las escarapelas pinchan pechos inflados
que vierten un líquido espeso, un río de lava que sulfata el suelo.
Manchando un vidrio digo esto.
Alternando, ahora si, ahora no,
quietud inquieta.
Suena un llamador de ángeles;
y ellos asisten grises de alas,
tan con olor a humo
que entrecierran sus ojos al mirarnos.
También cargan con la noche del tiempo.
Pero esperan, y vuelan donde se los llama.
Solo quieren acoplarnos
al ritmo latente de la serpiente,
que al paso deja su piel, muta,
se regenera y vuela emplumada,
como una seca glicina inerte,
en aparente muerte del invierno,
que luego estalla y
amanece primavera.
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