miércoles, 7 de julio de 2010

Las hormigas

se extienden,
incontables,
por la pared,
recorren,
como un hilo de fuego,
esa piel erosionada,
viniendo y yendo,
sobre el tejido del viento,
constante y lento,
casi un murmullo,
arrebatado,
por el paso de los autos,
o entreabierto,
en un momento de silencio,
por el canto de los pájaros,
y por un abrupto aleteo,
y por las voces de las vecinas
fumando en el jardín,
y por el motor de una bordeadora,
acelerando y frenando
como un llanto de aserrín,
o de un árbol.
Ahí van,
imantadas las hormigas,
poderosas,
gigantes,
tan rojas,
penetrando la tierra,
las boliyitas del paraiso,
la humedad,
las hojas,
van,
metiendose en este cuerpo,
discurriendo por el torrente,
agitándolo,
son el torrente,
en este domingo de cielo cubierto
a punto de llover,
adentro del hormiguero.

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